
Rob Goffee y Gareth Jones en su libro "El Carácter Organizacional" clasifican a las empresas según el grado de amistad que tienen sus empleados y la intensidad con la que se asumen las metas.
A las organizaciones con fuerte orientación a las metas y bajos niveles de amabilidad la llaman culturas mercenarias. En estas culturas la cortesía pasa a un segundo plano. Una cultura mercenaria no permite el descuido: es fuerte, apasionada y hay una obsesión por el logro. Cuando una cultura mercenaria define un objetivo no se pregunta "Cómo convencemos a los demás?" sino "Quién sacará esto adelante más rápido y cuándo?".
En el otro extremo, Goffee y Jones identifican a los equipos solidarios que evitan enfrentamientos y asumen el camino definido por consenso, así no sea este el mejor. Su prioridad es el proceso y no el resultado.
Planteadas así las cosas cualquier gerente general quisiera que su organización tenga las dos características: que los empleados disfruten trabajando juntos y asuman sus metas con intensidad.
Pero este equilibrio es muy difícil de mantener ya que los comportamientos que generan solidaridad son opuestos a los que generan competitividad. La competitividad genera fricciones y heridas.
Pero es posible. Para recuperar la solidaridad en un equipo competitivo es necesario desenchufarlo de manera drástica. Crear una competencia lúdica e intensa. Dedicar muchas horas a instalar inteligencia emocional y crear fuertes lazos de confianza. Retiros en la selva. Carnavales que rompan jerarquías y trastoquen roles. El rey convertido en paje. Gerentes que cocinan y atienden a sus subalternos. El francotirador en Papa Noel.
Work hard, play hard. Una organización competitiva no es para todo el mundo, pero con un potente enfoque de recursos humanos y un líder que entienda la importancia de los espacios de distención emocional puede ser un gran lugar para trabajar.
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